Fue en el mes de octubre cuando el debate sobre el consumo de carne procesada y el riesgo de contraer cáncer empezó en prácticamente todo el mundo, luego de que la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC, dependiente de la Organización Mundial de la Salud), incluyera en el Grupo 1 (de riesgo mayor de contraer cáncer) el consumo excesivo de carnes procesadas, entre las que nos encontramos con los embutidos y los fiambres.
De hecho, a esta misma categoría pertenecen también otros compuestos o sustancias conocidas por su gran poder cancerígeno, como por ejemplo es el caso del amianto o del tabaco. Aunque, eso sí, los expertos aclaraban que “no significa que sean igual de peligrosos”.
Igualmente, los expertos del IARC incluían en el Grupo 2A como “probablemente cancerígenas” el consumo excesivo de carnes rojas, entre las que se encuentran la carne vacuna, porcina y ovina.
A pesar de ello, la sociedad actual en la que vivimos cada vez es mayor el consumo de carne, que aumenta de manera considerable gracias precisamente a una mayor accesibilidad y al aumento del nivel adquisitivo de muchos ciudadanos.
De hecho, como opinan muchos nutricionistas, se está comprobando cómo la población tiende a consumir una mayor cantidad de alimentos ricos en proteínas, en detrimento de féculas como el arroz o la pasta (especialmente en sus variantes integrales).
Aunque muchos de quienes defienden el consumo de carne abogan a la propia historia de la evolución humana, argumentando que “no solo con verduras y hortalizas el hombre llegó hasta nuestros días”, lo cierto es que a día de hoy cada vez es mayor el número de estudios científicos que constatan –y alertan- acerca de que comer carne no sería tan beneficioso ni inocuo como se piensa.
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Un ejemplo es lo que ocurre con la valoración científica que el IARC realizó el pasado año, que realizó un gran metaanálisis en el que revisaron más de 700 investigaciones que soportarían sus conclusiones, entre las que nos encontraríamos con 400 estudios epidemiológicos, de los cuales 300 señalarían que las carnes rojas podrían efectivamente producir algún tipo de cáncer.
Es más, se estima que un consumo de apenas 40 gramos diarios de embutidos aumenta el riesgo de sufrir problemas de corazón y cáncer.
Estos son los efectos del consumo de carne en tu cuerpo y en tu salud
Daño en el ADN
Las carnes procesadas, como es el caso de los fiambres o los embutidos, contienen nitratos o sales nitrogenadas, que son –de hecho- las sustancias más tóxicas que poseen este tipo de alimentos.
Los nitratos son capaces de transformarse en nitrosaminas al encontrar en el organismo humano, consideradas como una de las sustancias más cancerígenas que existen, al ocasionar daño en el ADN (en el propio núcleo de la célula).
Más presencia de sustancias tóxicas
Pero las carnes procesadas y rojas no solo contienen nitratos. De hecho, se estima que un trozo de carne contiene más de 900 sustancias tóxicas. Por ejemplo, en Estados Unidos es tremendamente común el uso de antibióticos, vacunas y hormonas en el ganado. También es común el consumo de metales pesados a partir del agua y del medio ambiente.
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Todo ello se acumula durante años en los tejidos adiposos (grasa) del animal. ¿Y qué ocurre cuando consumimos carne contaminada con este tipo de sustancias? Muy sencillo (y alarmante): esas sustancias comienzan a degradarse y producen a su vez muchas más sustancias tóxicas.
Entre esas sustancias podemos mencionar la presencia de cadaverina, escatol o indol. Aunque ya existen en la carne, cuando entran en nuestro organismo tienden a multiplicarse como consecuencia de la acción de las distintas bacterias que hay en nuestro tubo digestivo.
Mayor riesgo de cáncer
Se considera que existen tres tipos de cáncer directamente relacionados con el consumo de carne y de carnes procesadas: el cáncer de colon y de recto, el de próstata y el de páncreas.
En el caso por ejemplo del cáncer colorrectal (colon y recto) la asociación entre esta enfermedad y el consumo de carne roja es contundente.
Produce un efecto de disbiosis y nos envejece más rápido
Cuando consumimos carne se produce un desequilibrio en la concentración de las bacterias intestinales que puede contribuir al desarrollo o al empeoramiento de una amplia diversidad de enfermedades crónicas y/o degenerativas, en especial intestinales.
Dicho de otra forma, la carne afecta de forma muy negativa a la flora bacteriana buena que ayuda a que nuestro organismo se mantenga sano. Como consecuencia de ello, se altera la autorregulación del cuerpo a través de las bacterias que tiene para la propia producción de sustancias esenciales, como por ejemplo es el caso de la vitamina K.
Aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares
Además del aumento del riesgo de cáncer, también se ha observado que un consumo excesivo de carne roja aumenta también el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, como por ejemplo es el caso de hipertensión arterial, arteriosclerosis y trastorno del metabolismo de las grasas.
Por otro lado, no solo aumenta los niveles de colesterol y triglicéridos, sino también de ácido úrico, el cual en cantidades elevadas ocasiona dolor incapacitante en las articulaciones y gota (inflamación de una o varias articulaciones como consecuencia de la cristalización y la acumulación de este compuesto).
¿Y qué ocurre con un consumo no habitual ni excesivo?
Como manifiestan también los propios investigadores, un consumo bajo pero no nulo de carne puede ser beneficioso para la salud. Es decir, evitando el consumo de carne procesada (como los embutidos), y optando únicamente por carne roja de forma puntual y de carne blanca de manera más regular.
Esto es debido a que, desde un punto de vista nutritivo, la carne es una fuente importante de proteínas, hierro, ácidos grasos esenciales y vitaminas del grupo B.
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