Solemos preocuparnos por determinados órganos de nuestro cuerpo, tendiendo a cuidarlos más y a optar por alimentos o suplementos naturales que nos ayuden en su protección y depuración. Un ejemplo es el caso del estómago, del hígado o de los riñones. Sin embargo, ¿alguna vez te has preguntado qué es el bazo, para qué sirve, y sobre todo te has preocupado en descubrir cómo cuidarlo y protegerlo? Lo cierto es que nos encontramos ante un órgano fundamental para el buen funcionamiento de nuestro sistema inmunológico, pero no es hasta que sufrimos un accidente, una enfermedad o una afección que obligue a su extirpación, cuando en realidad nos percatamos que existe y que se encuentra ahí.
El bazo es un órgano formado por células, sobre todo por linfocitos, y por sangre. Lo encontramos situado en el abdomen, bajo las costillas, concretamente a la derecha del estómago. Presenta un color rosado, en estado normal (es decir, cuando no se encuentra agrandado ni inflamado) tiende a pesar entre 100 a 250 gramos, y no es posible su palpación a no ser que aumente su volumen como consecuencia de alguna determinada afección o enfermedad.
Entre sus funciones principales se convierte en una herramienta de nuestro cuerpo fundamental para defenderse de las agresiones del exterior, formando parte de hecho de nuestro propio sistema inmunológico. Entre otros aspectos, contribuye en la elaboración de anticuerpos, ayuda a que nuestro organismo se defienda contra algunos agentes infecciosos (como los meningococus, pneumococus y haemophilus), y participa tanto en la producción como en el mantenimiento de ciertos glóbulos blancos y glóbulos rojos.
Pero sus funciones no acaban aquí, ya que no solo se ocupa de importantísimas funciones de nuestro sistema inmune. Por otro lado, por ejemplo, interviene en el proceso digestivo participando en el transporte y absorción de los nutrientes, es útil en el transporte del agua y en el mantenimiento de la humedad del cuerpo, y actúa como un filtro en la propia circulación sanguínea.
Teniendo en cuenta todas las funciones que lleva a cabo directamente y en las que participa de forma indirecta, es evidente que nos realicemos una pregunta: ¿es posible vivir sin bazo?.
Como te comentábamos anteriormente de forma muy breve, es muy común que por un determinado accidente en el que el bazo se haya visto afectado, finalmente se decida su extirpación. Es una de las causas más habituales, pero no la única. También determinadas enfermedades influyen en que se tenga que extraer: es el caso de afecciones que ocasionan un considerable aumento de su volumen (agrandamiento y/o inflamación) y que por tanto molesta a los órganos vecinos, en especial al estómago. Otras patologías pueden influir en su extirpación, como el linfoma de bazo, algunas formas de talasemias, la enfermedad de Gaucher (afección genética) y aquellas que ocasionen una reducción de plaquetas sanguíneas.
Sí es posible vivir sin bazo y hacer una vida absolutamente normal. No obstante, aquellas personas que no tienen bazo como consecuencia de su extirpación tienden a volverse más sensibles a determinadas infecciones, en especial a las de tipo meningocócicas. Como consecuencia de una peritonitis infecciosa (acumulación de fluidos corporales, sangre o pus en el abdomen producida por agentes infecciosos y que ocasiona la inflamación del peritoneo) también es posible tener más riesgo de neumopatía, meningitis o una septicemia.
Es decir, una persona que no tenga bazo tendrá una mayor predisposición a sufrir más infecciones en comparación con una persona que sí lo tenga, puesto que su sistema inmunológico no podrá trabajar de forma completa (no debemos olvidarnos que este órgano forma parte de las defensas de nuestro organismo). Eso sí, quedará con menos defensas frente a infecciones causadas por bacterias, pero seguirá protegido/a frente a infecciones víricas.
Digamos que al ser personas inmunodeprimidas pueden vivir perfectamente sin bazo pero deben tener más cuidado. En este sentido, es útil la vacunación del neumococo y del hemófilo si la persona aún no ha sido vacunada, y si se presenta fiebre o malestar general acudir al médico para que pueda estudiar si podría o no existir una infección bacteriana, tratándola para que no sea una condición más grave.
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