Conocidos también con el nombre de ataque cerebral, y con los términos médicos de accidente cerebrovascular, infarto cerebral o simplemente apoplejía, el derrame cerebral consiste en una emergencia o urgencia médica, ya que el diagnóstico rápido es fundamental para empezar rápidamente un tratamiento que ayude a parar el derrame, habitualmente disolviendo el coágulo o controlando la hemorragia.
Es decir, el derrame cerebral ocurre cuando se altera o se detiene el flujo sanguíneo hacia el cerebro, de manera que cuando se presenta un área determinada del cerebro comienza a morir al dejar de recibir tanto el oxígeno como los nutrientes que necesita para funcionar.
Por ello, conocer cuáles son los síntomas y signos que pueden servir como señal de alarma frente a un accidente cerebral es siempre fundamental, sobre todo para ayudarnos a reconocerlos fácil y rápidamente.
¿Qué es el derrame o ataque cerebral?
El derrame cerebral consiste en la detención del flujo sanguíneo que va hacia el cerebro. Cuando se sufre, en apenas unos pocos minutos las células cerebrales comienzan a morir, de ahí que la rapidez en cuanto al diagnóstico y al tratamiento sean simplemente fundamentales.
Existen dos tipos de derrames cerebrales, que pasamos a resumirte a continuación:
- Ataque cerebral isquémico: causado por la presencia de un coágulo sanguíneo, el cual tapona o bloquea un vaso sanguíneo en el cerebro.
- Ataque cerebral hemorrágico: causado por la ruptura de un vaso sanguíneo, el cual tiende luego a sangrar hacia dentro del cerebro.
También es posible que se produzca un ataque isquémico transitorio, también conocido como “mini-derrame cerebral”, que se produce cuando el suministro de sangre al cerebro se interrumpe, pero esta interrupción es breve.
Los síntomas del derrame cerebral: señales de alarma
Los síntomas que se tienden a producir cuando una persona está sufriendo un derrame cerebral son los siguientes:
- Entumecimiento o debilidad que aparece de manera repentina. Puede producirse en el rostro, en los brazos o en las piernas, en especial sobre todo de un lado del cuerpo.
- Confusión súbita. Sobre todo al hablar o al tratar de entender a la otra persona.
- Dificultad repentina para caminar. Surge pérdida de equilibrio y de la coordinación de los movimientos. Además, es común que la persona se sienta mareada.
- Problemas oculares repentinos. Es común que la persona pueda no ser bien por uno o por ambos ojos.
- Dolor de cabeza súbito. Se trata de un dolor de cabeza severo, que aparece súbitamente, y que no posee una causa conocida.
Es más, podemos resumir los síntomas en el siguiente apartado: dificultad para caminar, para ver y para hablar. Además, surge debilidad sobre todo a un único lado del cuerpo.
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¿Qué debemos hacer?
Si observamos alguno de estos síntomas en alguna persona que se encuentre cerca de nosotros (un familiar, un amigo, un compañero de trabajo o un desconocido si nos encontramos en la calle), o incluso los tenemos nosotros mismos, debemos acudir rápidamente al hospital más cercano para así empezar un tratamiento rápidamente.
Luego del diagnóstico rápidamente se aplica una terapia aguda para el ataque cerebral, cuyo fin es el de tratar de detener el derrame controlando la hemorragia y/o disolviendo el coágulo (dependiendo en definitiva del tipo de ataque que se haya producido).
Por otro lado, es común la terapia medicinal con fármacos anticoagulantes y antiplaquetarios, que ayudan a disolver los coágulos que están obstruyendo el flujo de sangre hacia el cerebro.
Tal y como establecen muchos expertos médicos, el tiempo máximo para que a un paciente con accidente cerebrovascular se le inicie un tratamiento debe ser de 3 horas como máximo, de ahí que llegar al hospital lo más pronto posible sea algo fundamental.
¿Podemos hacer algo para prevenirlos?
Aunque en muchas ocasiones no es posible prevenir una determinada enfermedad cerebrovascular, lo cierto es que el mejor tratamiento siempre es la prevención, especialmente en el caso de los ataques cerebrales.
¿Por qué? Principalmente porque existen algunos factores de riesgo que aumentan las probabilidades de sufrir uno.
Por ejemplo, tener la presión arterial elevada, tener diabetes o niveles altos de colesterol y triglicéridos, fumar y sufrir problemas cardíacos.
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