Es muy habitual que antes de la década de los 40 nuestra salud visual tienda a preocuparnos más bien poco. Es más, no solemos ocuparnos de su cuidado a no ser que algún problema ocular pueda afectarnos, ya sea porque tenemos los ojos irritados, los sentimos cansados, o incluso porque algún defecto de visión nos ha terminado por «obligar» en llevar gafas.
Pero dado que los problemas visuales tienden a aparecer a partir de esa edad, es bastante habitual que empecemos a preocuparnos sobre nuestros ojos y nuestra visión cuando en realidad puede ser ya un poco tarde. De hecho, es habitual que a partir de esta edad suelan surgir las primeras señales que advierten de estos problemas, como por ejemplo puede ser el caso de la vista cansada.

Lejos de lo que podemos llegar a pensar, cuidar nuestros ojos no solo significa llevar unas gafas y corregir una determinada alteración visual con las lentes correspondientes. Aunque puedas no creerlo, existen enfermedades que afectan a los ojos cuyos síntomas no son en absoluto alarmantes en un comienzo, pero que con el paso del tiempo pueden convertirse en un problema realmente serio para nuestra visión.
Es el caso, por ejemplo, de las cataratas, considerada desde un punto de vista médico como la primera causa de ceguera en el mundo, especialmente en países en desarrollo. Es más, se estima que afecta a más del 50% de las personas mayores de 65 años.
¿Qué son las cataratas y cuáles son sus síntomas?
La catarata consiste en la pérdida de transparencia del cristalino. ¿Y qué es el cristalino? Se trata de una estructura que encontramos en el ojo, el cual posee forma de lente biconvexa y está situado detrás del iris y delante del humor vítreo.
Permite enfocar objetos que se encuentran situados en distancias diferentes, mediante una disminución o un aumento funcional tanto de su espesor como de su curvatura. De hecho, a través de él los rayos de luz pasan hasta llegar a la retina, donde se forman las imágenes.
Por este motivo, cuando existe cataratas el cristalino pierde transparencia, impidiendo el paso de la luz a la retina de manera nítida, por lo que la persona que sufre esta afección ocular tiende a tener una pérdida progresiva de la visión.

Las cataratas producen algunos síntomas y signos muy habituales, como: visión opaca o borrosa, sensación de destellos, mala visión por la noche, visión doble o tener la sensación de múltiples imágenes en el ojo, destellos, los colores lucen desteñidos… Ante cualquiera de estos síntomas es aconsejable visitar rápidamente al oftalmólogo, el cual ayudará a detectarla y a indicar si el tratamiento mediante ultrasonidos es el más adecuado y cuándo.
¿Cuáles son sus causas? ¿Por qué se produce y por qué aparece?
Como indicábamos, la catarata se produce cuando el cristalino pierde transparencia, volviéndose opaco y no dejando pasar bien la luz, por lo que se va perdiendo la visión, la cual se torna aún más grave con el paso de los años y cuando no se trata médicamente.
Cuando la persona envejece el cristalino tiende a volverse más opaco. Por tanto, el envejecimiento es la primera causa de la catarata, pero a diferencia de lo que se piensa en realidad no es la única.
Por ejemplo, la catarata puede ser congénita, lo que significa que se presenta desde el nacimiento. Pero también existen otras causas: enfermedades del organismo que afectan a la visión como la diabetes, enfermedades oculares, el consumo de determinados fármacos, condicionantes genéticos o algunos traumatismos.

¿Se puede prevenir? ¿Cómo?
Aunque la catarata producida por el envejecimiento no puede ser prevenida, sí es posible evitar su aparición cuando se tienen algunas patologías o enfermedades que pueden influir en que ésta se produzca.
Es fundamental controlar los niveles de glucosa en sangre, ya que la diabetes es una causa directa de aparición de la catarata, ya que los niveles elevados de azúcar en la sangre afecta gravemente a la salud de nuestros ojos (al igual que ocurre con otros órganos del cuerpo).
Por otro lado, debemos proteger siempre nuestros ojos del sol, utilizando gafas de sol con protección UVA/UVB en cualquier época del año (no solo en verano), y reducir la exposición solar, optando por sombreros de ala ancha o gorras.
Además, a partir de los 45 años es aconsejable acudir a la consulta del oftalmólogo para detectarla precozmente mediante revisiones oculares periódicas.
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