El ébola es una enfermedad infecciosa viral aguda, que se caracteriza especialmente por su alta letalidad (la cual puede llegar a alcanzar el 90%), por no tener una vacuna preventiva que ayude a la hora de prevenir el contagio, y por no tener cura. Es decir, los tratamientos médicos que existen hasta el momento son paliativos, y buscan mantener la vida del paciente hasta que su sistema inmune sea capaz de luchar por sí mismo contra el virus y crear los anticuerpos suficientes como para ello.
Aunque cada año se presentan nuevos casos en África, fue en diciembre del pasado año cuando se comenzó a registrar un nuevo brote, que hasta el momento ha causado la muerte de 3.879 personas, según últimos datos hechos públicos por la Organización Mundial de la Salud. En el caso del brote actual, los expertos estiman que los afectados tienen un 50% de riesgo de morir.
La forma de saber si una persona tiene ébola es a partir del diagnóstico del ébola, el cual se obtiene mediante pruebas de laboratorio que brindan la posibilidad de detectar la presencia del virus en la sangre o en el suero, especialmente durante la fase aguda.
En este sentido, la técnica más comúnmente utilizada es la detección de Anticuerpos IgM e IgG por el método ELISA de sándwich o captura. Es una prueba inmunológica basada en la captura de los anticuerpos que se encuentran presentes en el suero de la persona cuando éstos reaccionan con una proteína del virus, fijada a un pocillo de una placa rectangular de poliestireno.
También existen otras pruebas de laboratorio, pero sólo aportan datos informativos sobre la infección y la situación del paciente en esos momentos, pero no confirman la existencia de la enfermedad. Uno de ellos es el hemograma, en el que se puede encontrar información como:
- Leucopenia: glóbulos blancos que están disminuidos.
- Elevación de la cifra de hematocritos.
- Trombocitopenia: plaquetas disminuidas.
Imagen | Iqbal Osman
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